Sí, chele,
soy feliz, plenamente,
tanto que a veces da miedo
(es todo un desafío a la mártir
que corre en la familia).
Mirame, soy toda una señora
sin preocupaciones económicas
y hasta con un hijo que no tuve que parir
(las estrías se las debo a la gordura,
y sólo me presto a las depresiones
una semana previa a la regla).
Que me ha sentado bien el matrimonio,
me veo más guapa,
dicen las amistades de mi madre;
peso lo que ni en mis veintes
(3 tallas menos de tetas,
4-6 de pantalón).
No tenés nada que ver
con los príncipes babosos
que te pinta Disney.
Me gusta más la realidad,
eso de sentirme a salvo con vos
y sí que lo necesito, rey de mis amaneceres,
para continuar con mi proceso
de rehabilitación;
sin embargo, gringo mío,
aparece noviembre y trae consigo
las malas intenciones.
Y es volver a tener ganas
de un tonto al que le vale madre,
pero igualmente se prestaría
a tantas sinvergüenzadas,
idiota que ni jueputa idea tiene
de cómo me cambió/jodió el otoño;
es posar sin pudores para retratos
que terminan en pantallas
ajenas a esta cotidianidad
y yo también complaciendo el morbo
de mis pupilas con imágenes de ulises desnudos
que en su tiempo no fueron tan extraños.
Vuelven Florence and the machine
a repetirse en los oídos,
Enanitos verdes y su “luz de día”.
Y es con esa luz, ese fondo azul
que volvería a hacerlo
con ese hijo de Fanny,
my biggest pain in the butt
hermoso Romeo de tantas Julietas pendejas
(incluyéndome),
si no viviese a 6 horas lejos de acá.
Tal vez-intentos zánganos de autopersuasión-
sea lo que hace falta
para, de una puta vez y por todas,
arrancar esa página pa’l carajo.
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