Nuevamente decido hablarle
a mi terapeuta sobre mi gata. La jueputa (la gata, no el terapeuta)
disfruta reírse a mis costillas. El terapeuta también. No me parece, pero las
opciones tampoco.
También le comento sobre
los 30 años previos a mis treinaiunos, que la única similitud que tenía
con una media naranja era la redondez. De todas maneras, siempre preferí los
tacos. ¿Y qué tienen que ver los tacos y una media naranja? Tampoco lo sé. Pero
no solo eso se me complicaba. Aunque ya no me quejo. Celebro la diferencia. Las
derrotas, sobretodo las de "novia" nunca escogida por babosos con
quienes ya no me atrevería a coger (la mayoría casados en aquel entonces,
obviamente, no era el impedimento).
Volvemos a la gata. Su
esquina favorita. No le bailo a sus caprichos. ¡Y con lo mucho que me gusta
bailar!
Al final concluimos que no
tengo gata.
En realidad, tampoco terapeuta.
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